Entusiasmo. Optimismo. Pasión. Estas emociones abundan en las historias de emprendedores de hoy y de siempre y, en definitiva, por eso son inspiradoras y nos encanta leerlas, atesorarlas y compartirlas.
Entonces, con toda esa información disponible, es fácil idealizar el hecho de emprender un negocio. Pero no todo es perfecto. Y, en ese sentido, yo estoy en contra de ponerle colorante extra (rosado o azul) a este hecho. Entonces, pensando en qué escribir para conmemorar el quinto aniversario de la Trastienda, me pregunté: ¿Por qué nadie habla del síndrome burnout por emprender?
Se dice mucho del problema de sentirse “quemado” en el caso de los empleados, pero los que decidimos recorrer el camino de forma independiente también lo sentimos. Después de todo, pensamos en nuestro negocio SIEMPRE y, gracias a la flexibilidad de horario, así como podemos atender asuntos personales un lunes a las 10:00 a.m., también podemos trabajar un domingo a las 2:00 p.m.
Ciertamente, nada se compara a la sensación única de dedicarnos a lo que más nos gusta, tal como lo dije en el primer post de este blog: se siente más despierto el corazón y más grande la sonrisa. Casi casi nos creemos invencibles… imparables.
Sin embargo, trabajar por cuenta propia y la vida en sí misma son como una montaña rusa. Así que tal como lo ha dicho una de mis gurús españolas, Laura Ribas, inevitablemente, la sensación de desgaste aparece. Y, de hecho, Ribas asegura que cuanto más tiempo se lleva con un negocio, aumentan las posibilidades de padecerlo.
En mi caso personal, durante los últimos 5 años me he sentido quemada en 2 ocasiones. Los motivos sí he podido identificarlos a tiempo: sobrecarga de trabajo, agotamiento mental por el gran nivel de atención y concentración que implicaron algunos proyectos bastante grandes y, por supuesto, la rutina.
Pero bueno, mi intención con este post no es quejarme, sino compartirle cómo he logrado salir de esos baches emocionales:
1) Combatiendo mis ideas erróneas sobre la productividad. Ni siquiera sé en qué punto me confundí tanto. Pero, aunque es importante aprovechar el tiempo al máximo, trabajar más y más horas, y nunca parar, no conduce a nada bueno.
2) Recordando las razones más profundas que me motivaron a emprender, y teniendo siempre presentes todas las bendiciones que he recibido gracias a este estilo de vivir y trabajar.
3) Reconociendo que no es realista creer que es posible mantener el mismo nivel de energía en todo momento.
4) Adaptándome a los cambios, aceptando lo que no puedo controlar… o como bien dice el cuento “El anillo del rey”, recordando que “esto también pasará”.
5) Desconectando DE VERDAD; para ello, hago un esfuerzo consciente por NO pensar en nada de trabajo y, además, parte clave de este proceso ha sido alejarme de la tecnología en esos espacios.
6) Jugando con mi hijo. Uno de los privilegios que más disfruto es recogerlo en su colegio al mediodía; y luego, además de comer juntos, tener un espacio para jugar con tranquilidad. De verdad no quiero sonar cursi, pero no hay duda que los niños son unos grandes maestros en “temas” como la alegría, la paz y la imaginación.
7) Y, finalmente, aceptando que “cada día tiene su afán”. Después de todo, en este mundo tan acelerado, el trabajo nunca se acaba y por eso, puedo parar por unas cuantas horas que valen oro para cuidarme a mí misma, a mi familia y disfrutar a su lado.
¡Hasta la próxima!