Siento que ya no cabe una palabra más en mi cabeza… es más, no me extrañaría que en cualquier momento, por puro efecto de rebalse, comenzaran a escurrirse consonantes, vocales y signos de puntuación por mis orejas, nariz y boca…
Entre otras cosas, estoy trabajando en un proyecto que implica la corrección de estilo de 75 artículos científicos en tiempo récord; y antes de comenzar a escribir esta entrada hago el recuento de lo pendiente: 33 aún. Uffffffffff.
Así que hoy hago acto de presencia en mi propio blog por autodisciplina, compromiso conmigo misma, o simplemente para darme un respiro de tanta… ciencia.
A pesar del agotamiento, me alegra evidenciar que estoy puliendo mi metodología personal para corregir textos en términos de ortografía, claridad, concisión, armonía y, sobre todo, para agregarles valor.
Ahhh… y aunque este post haya quedado en tono de lamento quiero aclarar que sí disfruto afinar, condensar, ampliar o hacer más irresistible un texto. En gran parte porque conlleva ir repasando (¡a toda marcha!!!) nuevos matices, significados, palabras y reglas de nuestro idioma que, por más que uno crea, no conoce del todo.
El español Ramón Alemán, autor del libro “Lavadora de textos: la duda, el sentido común y otras herramientas para escribir”, a mi gusto explica el trabajo de corrección de estilo de una forma sencilla y potente: pasar cualquier escrito justamente por “una lavadora que limpia, fija y da esplendor” (muy a propósito del último anuncio sobre la Real Academia Española que causó tanta polémica).
Bueno, hasta aquí por hoy. Tengo que volver a la tarea, a este ejercicio de precisión y paciencia. ¡PACIENCIA, Lucía! Jajajajaja.
Imagen tomada de graffica.info